5 de diciembre de 2014

Relato de Montaña por Kathi Bello

 

LA ÚLTIMA CUMBRE


Relato de Montaña por Kathi Bello

Dedicado a Javier Fernández y Óscar Díez...





El sol despuntará y acariciará alguna arista tras la cara este. Pronto habrá desflorado toda la cordillera y como un espejo de luz la devorará, multiplicado los matices y perfilando el horizonte.

Estoy ascendiendo por la cara norte al techo del mundo.

Si miro hacia atrás, cada montaña que calla, cada cordillera que silba en mi memoria, son solo el camino lento, meticuloso, hacia esta ultima cumbre.
Ajusto los cordones de las botas  mientras desalojo el dolor.
Aparece siempre, aquí, al principio de cada travesía.
Vuelvo a ser niño huyendo  de los golpes, sorprendiéndome de la preñez de nieve al amanecer hasta que miro desde la cima lo que he abandonado, y  entonces desaparece.

Estoy sereno. Clavo los bastones e inicio la marcha.

Otros picos, otras crestas, otras lomas, con  texturas y vegetaciones diferentes pueblan mis recuerdos. Los subía para huir, pero sin la necesidad de huir, y sin embargo huyendo en una escapada hacia delante, sin mas objetivo que el puro placer del ascenso. Un placer que me acompaña ahora.

Sin embargo con todos estos valles como vasijas de luz bajo mis pies, pienso: ¿como habría sido mi vida si no hubiera ascendido ninguna  cumbre?

¿Rutinaria? ¿Viendo crecer los cultivos año tras año?
¿Trashumante, caminando entre reses?
¿La de un venado defensor de su territorio expandiendo su progenie?
¿La de una abeja libando en los nectarios? 

Hoy es el último día del último tramo de la última cima. He dejado atrás los cadáveres de todos esos hombres y mujeres que me enseñaron a caminar sin equipaje; a sobrevivir perdido entre caminos; a proteger la montaña en cada piedra; a interpretar el sonido que rebosa y brota por sus desfiladeros…

Me adiestraron para sentir lo poderoso y lo umbrío, lo que esta más allá, lo que no vemos.

Allá abajo, el primero, el de madre. La escarcha lo cubre…
Me enseñó a caminar, a manejar el silencio…

Tiemblo.
Mis vísceras se contraen…  El vacío delante…   Como aquel día...
Una caída interminable por el desfiladero más largo de mi vida; luego el torniquete, la semiinconsciencia y después el dolor implacable durante horas...
¿Sobrevaloré mis fuerzas? ¿Erré en el cálculo?
 ¡Quizá fue aquella prisa extraña! deslice un crampón por la roca, rompiéndola, mutilándola.
¿Fue la atención sobre ese fragmento? O ¿fue la culpa lo que me arrastró pendiente abajo?

Algunas lesiones  nunca mueren. Son  como las erupciones de un volcán que duerme pero que si despertara podría alejarme de la montaña años, tal vez para siempre.

Desde entonces me sobrepongo al vacío...
No temo a la muerte, no dejo nada, nada me pertenece  y nada ocurrirá si caigo al vacío o si alcanzo la cumbre. Tomo aliento, apuntalo el piolet y sigo adelante.

Hace ya algunos años que mi último compañero se dejo caer ladera abajo según le abandonaban las fuerzas. Volví a buscarlo zigzagueando por entre los terraplenes. No lo encontré.

Reconozco su cansancio. Esta en mí ahora. He sobrepasado el mal de altura. Me siento.
Pliegues  rugosos, cedazos oblongos, almohadillan mis pies. La respiración baja.

Es el último día del último solsticio de mi vida en que es posible para mí alcanzar esta cumbre. No se si lo lograré. No temo pernoctar. No sé si llevo oxigeno pero he construido a lo largo del tiempo el hábito y la disciplina del que no puede dejarse traicionar jamás por la imprevisibilidad y sé que solo el tiempo y la gran dama sobre la que trepo lo decidirán.

La vieja brújula me acompaña siempre.
Enseñé su polaridad imantada a todos cuantos quisieron  acompañarme en los ascensos cortos, pero en realidad la he guardado siempre solo con la certeza del que sabe que algún día construirá su casa o elegirá su tumba gracias a ella.

Una vez me hice tatuar su rosa de los vientos en el pecho pero nunca he sabido con exactitud cuando se metió en mí su orientación y me sometió a ese orden para siempre.

Ya no es necesaria para mí. La llevo porque aun no he elegido esos lugares, ese lugar…

Recuerdo la bruma de aquellos días que parecían interminables, dormíamos vestidos con la tienda abierta para evitar la condensación, el cansancio físico se acumulaba volviéndonos torpes de movimientos, y solo aquel claro durante unos instantes me la enseñó: la estrella polar. Desde entonces se exactamente donde esta cuando amanece, aunque no la vea, y  se exactamente donde aparecerá cuando oscurezca.

Antes me costaba siempre distinguirla, como si toda la bóveda celeste se fuera a desplomar aplastándome antes de encontrarla. Dudaba teniendo que renunciar durante días a la marcha.

Muchos años antes tuve que imantar entre los torrentes tumultuosos de los monzones una hebra de metal. Aun la llevo también dentro del saco, mi primera brújula. Pero nunca he vuelto a imantar ese pequeño filamento que aun forma parte de mi equipo por indolencia. La indolencia con la que permito que me invadan  los recuerdos.

Ajusto las correas de cada crampón.
Ahora cruzo los pasos, zigzagueo, Espero con  añoranza la sensación de la primera vez: la piedra, su poder, tiraba de mi al son de ese crujiente ritmo como el que baila sin objeto, por el puro placer de bailar, con esa música que brota y solo tu conoces y persigues asta fusionarte con ella, con ellas, con todo…

Quise tener alguien con quien  bailar, con quien vivir. Y apareció, fue  como aquella tormenta en el cono sur, brutal, tempestuoso, inevitable…  Luego una suavidad perlada y húmeda nos envolvió durante años. Pero siempre aparecía aquel iceberg a la deriva flotando entre nosotros,  fragmentándose, lacerándonos, hasta que nos rompió.


Deseaba tanto permanecer, me parecía tan seguro, creía que me hacia inmune a todo, a todos, No podía escuchar o ver nada, solo esa certeza en mí era mi asidero.
Pero el hielo  no se disolvía nunca entre nosotros y finalmente fue dentando una a una las ramificaciones de mis extremidades. Perdí precisión, sensibilidad, hasta que finalmente lo acepte como se acepta la congelación y la pérdida de una falange y la soledad volvió a ser en mí una rutina.

Y sin embargo, mientras iba perdiendo movilidad, mientras mis dedos dejaban de ser míos, sabía que esa no era mi vida. Yo pertenecía a ese y a otros paisajes como este por el tiempo que ellas, las estribaciones de las cordilleras,  quisieran darme.

Y ahora ya no puedo concebir más sala de baile que las paredes y aristas de roca, ni más zapatos de salón que los crampones, ni más guirnaldas que la madera de mis piolets en todas sus longitudes, grosores y perfiles.

El perfume de las tundras  me seda, envuelve mi garganta y se desliza viscoso hacia el estomago. Ya falta poco. Saco mi hornillo y algunos útiles para calentar algo.

No he sido nunca partidario de dejar huellas a mi paso. Estas cuerdas que tendí en mi juventud como un tendón  entre fallas verticales intransitables de otro modo,  eran  lianas de mi deseo de reconocimiento.
Pero ahora se que todo cuanto he aprendido no servirá a nadie.

Subí al cerro de mayor distancia al centro de la tierra. Un lugar muy venerado. Me deje acunar por las fauces de la popularidad aunque en mi interior esta solo era otra cima más…

Asumí  la responsabilidad  de guiar a otros por senderos a veces desconocidos también para mí.

Era el tiempo de la admiración por mi poder físico. Las alabanzas por los logros eran la cuerda que me unía al mundo, y que engrosó tanto que me hizo ser algo distinto de lo que yo realmente era, llegando a asfixiarme por completo,  pero eso también pasó y volví a vivaquear solo en las lenguas de hielo  y a aceptar los castigos inevitables en los tramos de alturas superiores  hasta paladear el placer inútil del que sobrevive.

La temperatura de mi cuerpo esta bajando. Empieza a caer la luz (el cénit)

Creo que solo las ocasiones en que he oscilado suspendido frente una pared vertical hasta clavar las cuchillas en algún bloque son realmente las únicas huellas que quedan de mí sobre la Tierra, las uncidas que perduraran tras mi muerte.
Siento el frío como un reptil enroscándose en el cuerpo. Todo es posible a esta altura. La nieve irrumpe. Me envuelve. Me ralentiza, la hipoxia empieza a ser dolorosa.

Debería volver pero algo en mi interior enlosa a contraluz todas las cumbres a las que he subido convirtiéndolas en una única cordillera, esta. Esta es en la que habito. Esta, es esta.  Esta en la que deseo desvanecerme, desaparecer…

El gran depredador de las lesiones antiguas ha despertado. Comienza a devorándome. Estoy atravesado la zona de muerte.

Mi capacidad de retorno es  casi imposible.

Podría intentarlo pero  los pies siguen su curso...
Podría postrarme ante un dios  como los otros hombres,  no tengo…   solo la tierra… el suelo…

La despreocupación golpea como una ráfaga de viento…. Suelto peso… Oigo como el piolet, parte hielo ajeno a mí…  El golpe que abre… El ruido que astilla…
Continúo…

Mi niñez se agarra a mí…  El  terror  vuelve a asirme...  Es de noche… Me descubro el pecho… palpo la rosa…

No recuerdo mi nombre…

La nieve es un susurro, una nana,  asciende  lejana desde la aldea de mi nacimiento…
Me vuelvo…
Busco la estrella…
No recuerdo el nombre…  Al norte… Su luz…


Esta mañana se ha descubierto dentro del que creíamos el último trozo de hielo célibe una rosa de los vientos

Está tatuada en el pecho de un hombre, un montañero.            

Kathi Bello










23 de abril de 2014

Supervivencia en el Sahara



SUPERVIVENCIA EN EL SAHARA
            Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente se consideran desiertos todas aquellas regiones que reciben menos de 250 litros de agua o nieve por metro cuadrado al año, repartidos en un máximo de 10 días.

El Sahara constituye uno de los mayores escenarios de supervivencia del planeta y a nuestra mente vienen sorprendentes relatos de situaciones extremas. Uno de sus lemas reza así: “Es el agua de tu cuerpo, no la de tu cantimplora, la que te mantiene con vida”.

La duración de la supervivencia de una persona depende de tres factores que se hallan interrelacionados. Por una parte la temperatura del entorno, su actividad física y finalmente sus reservas de agua. Evidentemente cuanto más trabajo físico más agua se necesitará para equilibrar la deshidratación.

En el Sahara los trabajadores de los campos petrolíferos franceses necesitaban para beber y cocinar 7 litros de agua. Los soldados del Afrika Korps alemán en condiciones extremadamente duras de combate bebían 12 litros diarios y en la construcción de la presa de Hoover, entre Arizona y Nevada, algunos obreros llegaban a necesitar 30 litros del líquido elemento.

El científico, doctor E.F. Adolph basándose en informes de supervivencia y experimentando con voluntarios elaboró la siguiente tabla de supervivencia que vale la pena observar con detalle. Aunque aparentemente simplista, es mucho más interesante de lo que parece a simple vista. Por ejemplo, si una persona se encuentra a 49ºC con unas reservas de 10 litros no sobrevivirá más de 3 días. Este hecho científico contradice la tan extendida idea de racionar las provisiones de agua para que duren más. Se podría dar el caso de morir deshidratado y todavía tener agua en la cantimplora.


ESPERANZA DE VIDA EN DIAS
T máx (sombra)
Sin agua
Con
1 litro
Con
2 litros
Con
4 litros
Con
10 litros
Con
20 litros
49    ºC
2
2
2
2,5
3
4,5
43    ºC
3
3
3,5
4
5
7
38    ºC
5
5,5
6
7
9,5
13,5
32    ºC
7
8
9
10,5
15
23
21    ºC
10
11
12
14
20,5
32
10    ºC
10
11
12
14,5
21
32


De noche en todos los desiertos hace fresco e incluso frío, un capitán del ejército británico que fue derribado en el Sahara Occidental recorrió 224 km en 11 días caminando por la noche. El agua que llevaba consigo no le hubiera bastado para subvenir a sus necesidades si el recorrido lo hubiera realizado a pleno sol del día.

Podemos fijarnos en el lento caminar de los camellos en el desierto, el ahorro de energías es vital sobre todo durante el día. No debemos interpretarlo como esa supuesta “pereza meridional” sería una impresión errónea. También llama la atención, durante los desfiles, que las fuerza regulares de África lo hacen a una marcha que es la más lenta de todas las formaciones, 90 pasos por minuto. Simplemente es una adaptación al medio.

Práctica muy extendida entre los pilotos que realizaban misiones en el Sahara durante la Segunda Guerra Mundial era beber hasta llenar sus estómagos poco antes de despegar. Uno de ellos relata: “Nos derribaron sobre el desierto y en otras condiciones nos habríamos muerto de sed. Pero nuestro cuerpo estaba literalmente empapado de agua, de la que pudo servirse hasta que una columna de salvamento nos encontró al tercer día”

En otra ocasión un paracaidista norteamericano  completó un periplo de 320 km calmando su sed única y exclusivamente con el agua de los radiadores de los vehículos del ejército inutilizados.


  En el sur de Libia un bombardero realizó un aterrizaje forzoso y la tripulación durante la marcha encontró en las mesetas rocosas un caracol, el “Eremina Ehrenbergi” (Roth), en grandes cantidades. Cuando uno de los aviadores piso uno desprendió líquido e inmediatamente empezaron a recogerlos y a sorberlos. Más tarde se descubrió que el líquido en cuestión también tenía un alto contenido en proteínas. La desesperación por el agua ha llegado a extremos de beberse hasta el combustible de los vehículos.

Bandadas de pájaros quietas sobre el desierto indican a los beduinos donde poco antes había una charca. Allí casi siempre vale la pena cavar un poco. También cuando los pájaros vuelan formando círculos (siempre que no sean buitres) suele ser un buen indicador de humedad.  El agua puede ser un peligro cuando tiene un sabor jabonoso o salado, en estos casos es posible que sea tóxica.

Siendo tan acuciante el problema de la sed, no es de extrañar la existencia de cisternas en todos los desiertos. Son construidas y alimentadas abriendo zanjas que van desde la orilla de un río o viejo cauce y dirigiéndose desierto adentro van progresivamente ganando profundidad, pasando de zanja abierta a túnel. De esta forma cuando hay precipitaciones el agua se filtra por la arena y como son subterráneos el agua se acumula y no se evapora.

Estos depósitos de agua no existen sólo en el Sahara, sino también en los desiertos de Irak e Irán en Asia y Arabia Saudí. En el desierto de Negev en Israel los ingenieros hidráulicos descubrieron un sistema de riego que es capaz de abastecer las necesidades de 40 millones de personas.

Hoy sabemos que una persona puede vivir hasta 60 días sin tomar alimentos sólidos, es importante saber que cuando escasea el agua no debemos comer nada. Solo cuando disponemos de una cantidad determinada, unos 4 litros se pueden tomar alimentos que contengan azúcares, féculas y lípidos, es el caso de la fruta, galletas y dulces. Hay que abstenerse de los que contienen proteínas, como el pescado, carnes, queso y legumbres. Para digerirlas el cuerpo necesita agua que extraerá de nuestras reservas corporales al no serle suministrada cantidad suficiente.

Los beduinos atraen los pájaros del desierto besándose el dorso de las manos con un sonido similar al de un animal sorbiendo agua.  En Túnez unos aviadores se alimentaron durante días de las raíces de alfalfa, principal alimento de los camélidos. Otras tripulaciones derribadas se alimentaron de hierbas cocidas, asadas y crudas. Aprovechando la enorme sequedad del desierto los beduinos cortan a tiras la carne de los animales cazados y poniéndola a secar la entierran a 15 cm de profundidad, allí se endurece y se convierte en cecina que se conserva durante 3 años y para hacerla comestible basta remojarla.

El propio medio puede  convertirse en un peligro, En una tempestad de arena, también llamada “ghibli” y que puede durar varios días, la mejor protección es hacer agujeros en el suelo, y utilizando la lona de la tienda de campaña apuntalar sólidamente y deslizarse dentro. Los beduinos se ponen en cuclillas detrás de los cuerpos de los camellos a sotavento por supuesto.  Se comenta que en ocasiones estos ““ghibli” pueden enterrar personas. En al año 1962 una patrulla francesa descubrió en el Sahara un biplano que desapareció en 1933, junto a él yacía el piloto con su uniforme y el diario. Se trataba de William Newton de la RAF: le falló la máquina volando por Argel y viéndose obligado a realizar un aterrizaje forzoso murió a los 4 días pero 29 años después aún se conservaba prácticamente intacto.

Otra cuestión importante, a tener muy en cuenta, es permanecer cerca de los restos del avión o del vehículo, salvo que no exista esperanza ninguna de que nos localice ningún equipo de rescate. El fuselaje durante el día nos proporcionará sombra y durante la noche nos protegerá del frío y siempre tendremos la posibilidad de utilizar la radio si no ha sido dañada. No menos importante, desde el aire es más fácil localizar un vehículo o los restos del fuselaje de las aeronaves antes que a una persona sola.

En 1963 un criador de ganado australiano emprendió en su jeep un viaje de tres días hasta la costa. Al segundo día sufrió una desafortunada avería, el canto de una roca le hizo un agujero en la caja de cambios, de manera que el aceite se vació, El hombre sabia que de seguir adelante caminando hacia su meta o hacia atrás habría significado su muerte segura y la probabilidad de que otros vehículos pasaran por el lugar del accidente era remota. Pensando en lo que podía hacer vio un toro y no lo pensó dos veces, echo mano al fusil, lo sacrificó y extrajo del cadáver tanta grasa como fue posible. Diluyó la grasa en una lamparilla de alcohol y llenó con ella la caja de cambios, después de taponar el agujero con ropa. Continuó el viaje y cada noche extraía la grasa líquida para calentarla la mañana siguiente y volver a rellenar. Llegaría intacto a su destino.

EL PROCESO DEL SUDOR

          El que una persona suda con el calor es algo conocido. Pero menos conocido es por qué suda. El motivo es que la piel humana actúa como dispositivo climatizador para mantener la temperatura de la sangre a unos 37º C.

A temperaturas externas normales esto sucede gracias al mecanismo de enfriamiento de la piel por una fina red de vasos sanguíneos a los que la sangre desvía el calor sobrante de los órganos internos y de los músculos.  Fluyendo a través de esos vasos devuelve el calor al mundo exterior.

         Pero si la temperatura ambiente es demasiado elevada, como en el desierto, el cuerpo no puede alcanzar ningún equilibrio de temperatura al no poder devolver el calor. Entonces actúa el sudor: los dos millones y medio de glándulas sudoríparas de la piel desprenden gotitas minúsculas de agua procedente del torrente sanguíneo. Estas gotitas se evaporan llevándose el calor latente de vaporización del agua. La consecuencia es pues un enfriamiento del cuerpo. El líquido evaporado puede llegar a litro y medio por hora durante 5 o 6 horas, siempre y cuando se vaya reponiendo continuamente el agua. Si esto no sucede así el cuerpo sigue sudando, el hombre se deshidrata y sufre una de las muertes más terribles que conoce la naturaleza.

LA TRAGEDIA DEL “LADY BE GOOD”

Este es uno de los ejemplos de cómo se multiplican las posibilidades de sobrevivir cuando permanecemos cerca de los restos del avión o vehículo.

El 4 de abril de 1943 los 9 hombres de la dotación de un B-24, el Lady Be Good, se dan por desaparecidos sin dejar rastro alguno cuando regresaban de una misión sobre Nápoles. Hasta mayo de 1959, o sea 16 años después, no se encontró explicación alguna al suceso. Pero una avioneta de prospectores petrolíferos británicos a 650 km al sur de Bengasi trasmitió a la base que habían localizado los restos de un avión con cuatro propulsores y el fuselaje rosa. El aparato  tenía algunos daños estructurales en el fuselaje, pero no tenía ni un solo impacto. El tren de aterrizaje estaba retraído y los depósitos de combustible vacíos. ¿Un aterrizaje forzoso? Parecía como si el piloto hubiera realizado un aterrizaje de panza.

La brújula funcionaba, las ametralladoras también e incluso el sensible trasmisor de radio estaba operativo, curiosamente tenia algunos bidones de agua potable. Cohetes de señales listos para el uso, el botiquín estaba lleno y en una cantimplora el café lo tomaron unos geólogos. También se encontraron unos monos de vuelo forrados de piel. La pregunta no se hizo esperar ¿Qué había sido de la tripulación?.

Una expedición del ejército del aire norteamericano aterrizó en el lugar con helicópteros y empezó la investigación intentando esclarecer el misterioso final de los aviadores. Al cabo de 9 meses a 50 Km del Lady Be Good descubrieron algunos jirones de paracaídas y siguiendo la dirección que indicaban aparecieron 5 cadáveres de los tripulantes momificados y a los pocos días encontraron los otros 4 restantes, Junto a uno de ellos, el copiloto teniente Toner, había un diario que esclarece por fin todos los misterios.

Veamos algunos fragmentos (las explicaciones van entre paréntesis):

Domingo 4 de abril de 1943, salimos de Soluch, en Libia 28 aparatos rumbo a Nápoles, ¡qué espectáculo! En el vuelo de regreso perdemos la orientación y no queda combustible. Saltamos en el desierto (el aparato siguió adelante sin piloto y aterrizo limpiamente por si solo) son las dos de la madrugada y no hay nadie herido (han quedado muy distanciados al saltar en paracaídas).

Lunes 5 de abril, empezamos a andar, sigue sin aparecer John y conseguimos reagruparnos,  (los supervivientes del Lady Be Good tomaron equivocadamente una cadena de colinas en el norte por la costa mediterránea africana y emprendieron la marcha en esa dirección) Solo media cantimplora llena de agua, un tapón al día, el sol quema bastante y por la noche mucho frío.

Martes 6 de abril, sol muy caliente ningún soplo de aire, al mediodía un infierno, ningún avión de búsqueda, descanso a las 17:00. Caminamos y descansamos durante la noche. 15 minutos de marcha, 5 de descanso.

Miércoles, 7 de abril, más de lo mismo, todos estamos muy débiles y no podemos llegar muy lejos. Rezamos todo el tiempo, por la tarde calor abrasador ¡maldita sea! nadie puede dormir, tenemos agujetas (calambres de calor).

Jueves 8 de abril, topamos con bancos de dunas. Agradecemos el viento fresco que también nos echa arena a la cara. Nos encontramos muy débiles, Sam y Moore están acabados y Lametta ya no ve. A los demás también nos va muy mal.

Viernes 9 de abril, Shally, Rip y Moore se separan de nosotros, quieren buscar ayuda. Estamos muy débiles con los ojos irritados y no continuamos avanzando. Sigue habiendo muy poca agua… (grave error, racionar el agua).

Sábado 10 de abril, seguimos rezando para pedir ayuda, nada a la vista, sólo un par de pájaros. (si hubieran caminado únicamente de noche, habrían economizado fuerzas y ahora quizás habrían podido seguir a los pájaros) no podemos andar (en una semana consiguieron andar 120 km  en un terreno difícil, sin embargo el Mediterráneo se hallaba todavía a 600 km de allí).

Domingo 11 de abril, continuamos esperando ayuda y rezando, todos hemos adelgazado mucho (a causa de la deshidratación) nos duele todo el cuerpo, podríamos seguir si tuviéramos agua… ( luego con letra temblorosa, la última anotación):

Lunes 12 de abril, ninguna esperanza ya…”

La comisión investigadora, que contaba también con algunos expertos en supervivencia, llegó unánimemente a la siguiente conclusión: si la tripulación del Lady Be Good hubiera llevado a término un aterrizaje forzoso, en lugar de saltar en paracaídas, es más que probable que hubiera sido rescatada utilizando el trasmisor de radio y las reservas de agua de que disponían en el avión.

Extractos del “Manual de la supervivencia II”
C.C.Troebst